domingo, 7 de junio de 2015

Viaje a Treviño (II)

Por una carretera estrecha, montuosa y sombría, se llega al pueblo de Aguillo. Chalés modernos, residencias de fin de semana con pista de tenis y piscinas en sus jardines, todas ellas, fajadas por los ubicuos y perennes setos de Chamaecyparis anticipan el viejo caserío en torno a la plaza y la iglesia dedicada a San Pedro. Quiero ver su portada románica y entro en un angosto callejón también sombrío en el que observo, frente al pórtico románico, una puerta contigua al templo tras la que se accede a un zaguán oscuro de una casa de labranza. Me asomo y toda en ella es un aire húmedo y fresco que a uno le empuja a otros tiempos muy lejanos. Allí, en la penumbra, se almacenan algunos recipientes y canastos, cordeles y escobones. Salgo de allí porque las maderas del piso crujen por los pasos de alguien que camina desde el piso superior. A la mano izquierda de este callejón se sitúa la portada románica bajo el pórtico y cubierto por una reja. Está cerrada.En sus jambas aparecen dos figuras diabólicas, monstruosas, aterradoras, recordando a los feligreses que el pecado lleva directamente al Infierno sobre el que llueven calderos de fuego. Al salir, me encuentro, al dueño de la casa que mira desde el umbral de la puerta. Muestra una incredulidad como acostumbrada, apenas se disgusta por mi presencia e incluso accede a mi curiosidad en forma de preguntas acerca del pueblo y de sus habitantes. Es un labrador todavía joven que cría cabras y ovejas, que los atiende con diligencia,que descansa apenas y va de un lado a otro de la casa con sus quehaceres y obligaciones con una desenvoltura grande. Sus ojos azules y su pelo rubio le dan un aire nórdico y risueño.

Aguillo, además de su iglesia gótica, su torre barroca y sus restos románicos tiene bellos ejemplos de arquitectura tradicional y doméstica. Apenas sí observamos casas sobresalientes aunque por sus hechuras y dimensiones, su carácter hidalguesco es apreciable en más de una de sus casas. El entorno, poblado de robles majestuosos, algunos muy antañones y de gran porte, es boscoso aunque si seguimos una senda que parte del pueblo en dirección sur, nos adentraremos en una vallejo estrecho por el que discurre, junto a éste, un riachuelo que baja a trompicones por sus numerosos saltos de agua. Siguiendo aguas arriba, llegamos al término de Los Rasos, un bello paraje desde el que disfruté de unas singulares vistas de la vertiente treviñesa de los montes de Vitoria, además de poder vislumbrar, a lo lejos, la sierra de Cantabria. Ambas cordilleras fajan y envuelven esta comarca y según dicen, las puso a salvo de las incursiones o razias musulmanas allá por el siglo XI. Además de los robles, otros árboles, los nogales, fueron afamados en estos lugares y fueron utilizados para la construcción de retablos para las iglesias del resto de los pueblos de la comarca. Estas fotografías que siguen ilustran en alguna medida algunos aspectos de aquellas visitas que tuvieron lugar en días continuados, a lo largo de los meses de abril, con la primavera aún en ciernes y un frío que se colaba hasta los huesos a medida que la tarde declinante y postrera hermanaba a estos pueblos con el silencio y oscuridad de la noche.
(Los comentarios a cada fotografía van a pie de foto)




Un molino, reconstruido con tenacidad y esfuerzo por los habitantes del pueblo, es una muestra del amor de éstos por su pasado y su cultura. Un fresno, a los pies de las aguas del canal del molino,hunde sus raíces ilustrando una bella simbología: Una cultura que se incrusta hondamente en la tierra y que lucha por su permanencia y su perpetuidad a lo largo del tiempo...





Un salto de agua entre las rocas y la vegetación en el barranco de Alday.




El sol acuchillaba el cielo plúmbeo y pesadamente triste y a duras penas lograba lanzar sus rayos de sol entre el boscaje y las extensas praderas. Los robles y las encinas creaban tonalidades mágicas, cambiantes, emitiendo extraños reflejos avivados por el viento que soplaba desde los montes.




Los relojes de sol pergeñan los muros de algunas casas hidalgas del pueblo. Desapercibidos e invisibles, mudos y enigmáticos.









Esta puerta, aunque abierta, muestra un interior incierto y envuelto en la oscuridad, los objetos son un vago recuerdo de lo que fueron, y el olvido, como un agujero negro, todo lo devora y lo engulle, hasta las voces y las palabras que sus dueños, un día y otro y otro, pronunciaron durante siglos en forma de canciones, de frases, de sentencias, de bonitas leyendas...












Unas extrañas representaciones diábolicas decoran las jambas del acceso a la iglesia de San Pedro en Aguillo. Sus fauces abiertas, sus ojos grandes y escrutadores, fiscalizan la mirada piadosa del feligrés como el recuerdo de la pecaminosidad y del subsiguiente descenso al Fuego Eterno.














Otro reloj de sol dibujado sobre un sillar en la fachada de la iglesia. Además de estos relojes enigmáticos de trazos irregulares, hallánse numerosas cruces grabadas en la piedra.







PEDRO, pero ¿Quién fue Pedro?. Esta piedra pudo ser tomada de otra ermita o edificio anterior y se colocó de este modo, del revés,según leí no recuerdo bien en qué lugar.



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